Ponencias del Congreso Eucarístico (Card. Hollerich)
Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de febrero de 2023.
Eucaristía, evangelización y compromiso social (y III)
Conscientes de la importancia que tuvieron las intervenciones del 52º Congreso Eucarístico Internacional de Budapest, y que no se han editado aún las traducciones en español de las mismas, ofrecemos en este número el final de la ponencia que comenzó el Card. Bagnasco (publicada en noviembre y diciembre del año pasado). La conclusión de la misma estuvo a cargo del Card. Jean–Claude Hollerich, s.j., Presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea.)
La Eucaristía es pan de fraternidad, es pan compartido, partido, que tiene sabor de don, que nace también de la fraternidad y lleva a la fraternidad. Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús resucitado y vivo al partir el pan, reconocieron en ese gesto la vida entregada por el Mesías muerto en la cruz poco antes, la vida entregada que crea verdadera fraternidad y hace superar la tristeza, el miedo y la muerte. En esta breve intervención, quisiera reflexionar con vosotros sobre la dimensión de la Eucaristía que se refiere a la fraternidad, en la línea de la hermosa encíclica del papa Francisco Fratelli tutti. En esta carta que el santo padre escribe y dirige a todos, inspirándose en la figura de san Francisco de Asís, gran devoto del sacramento eucarístico, propone a toda la Humanidad una forma de vida con sabor a Evangelio y una invitación a una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del mundo donde haya nacido o donde viva.
Creo que en esta encíclica encontramos las indicaciones para considerar la Eucaristía en su relación con la evangelización y el compromiso social, en esta Europa que tanto amamos, pero que también tantas veces nos preocupa. La señal más evidente de que Europa está olvidando sus raíces cristianas se manifiesta en que no logra ver en el otro, en quien ha nacido y vive en otro lugar del mundo, a un hermano o a una hermana para amar y ayudar. Para nosotros, hablar de compromiso social significa hablar de amistad social, de fraternidad. Esto nos lleva a reflexionar brevemente sobre nuestro continente, Europa, sobre sus diferentes crisis, sobre los esfuerzos de pensar en su futuro y el aporte que los cristianos podemos y debemos dar.
Hoy en Europa podemos distinguir varias crisis que pueden ser vividas como afanes de una nueva Europa que quiere nacer, pero afanes que también pueden ser causados por enfermedades, por desequilibrios sistémicos, que si no se tratan pueden llevar a un deterioro del proyecto europeo e incluso a su declive. Quisiera detenerme brevemente en tres de estas crisis.
La crisis migratoria
Hay personas, hermanos y hermanas, que llegan a nuestras fronteras huyendo de situaciones a menudo para nosotros inimaginables, de guerras, persecuciones, violencia y hambre. Vienen y tocan a nuestra puerta buscando un futuro mejor, un futuro de vida para ellos y sus familias. Pero, ¿qué encuentran? Una Europa cerrada y con miedo de perder no se sabe qué identidad, una Europa a menudo egoísta, que quiere mantener su bienestar y su nivel de vida aun a expensas de los demás. En definitiva, una Europa que no reconoce en estas personas a unos hermanos y unas hermanas. Una Europa que, a fin de cuentas, no quiere partir con ellos el pan de la fraternidad y cierra las puertas del cenáculo por miedo.
La crisis ecológica
Otra crisis en Europa, aunque también en otras partes del mundo, es la crisis ecológica. Dentro de pocas semanas se celebrará una nueva Conferencia sobre el Clima en Glasgow, Reino Unido. Esperamos que pueda llevar a un claro compromiso por parte de los países para la sostenibilidad y el futuro de la casa común, también por respeto a las futuras generaciones.
El pan de la Eucaristía, que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre, como decimos en la Misa, nos impulsa a comprometernos por la salvaguardia de la creación, precisamente como san Francisco de Asís, autor del Cántico de las criaturas, que decía a sus hermanos: «toda la humanidad tiemble, el universo se estremezca, el cielo exulte cuando en el altar, entre las manos del sacerdote se hace presente Cristo, el Hijo del Dios vivo. ¡Oh admirable altura y condescendencia estupenda! ¡Oh humildad sublime, oh sublimidad humilde! Que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, sea tan humilde hasta esconderse por nuestra salvación bajo esta apariencia de pan. Mirad hermanos la humildad de Dios y abrid delante de Él vuestros corazones. Humillaos también vosotros para que seáis exaltados por Él. Por tanto, nada de vosotros retengáis para vosotros, para que los acoja totalmente Aquel que se ofrece a vosotros totalmente». El Pobrecillo de Asís nos invita a la humildad y a la generosidad, a reconocer la presencia de Dios en todo y de modo especial en la Eucaristía, en el pobre, y a vivir en armonía con la creación, sin retener para nosotros lo que pertenece a todos. La Eucaristía bien celebrada nos lleva a escuchar el grito de la tierra y el grito de los pobres.
Crisis de identidad
Europa tiene raíces profundamente cristianas. El reciente reconocimiento por parte del papa Francisco de las virtudes heroicas de Robert Schuman, padre fundador de la Unión Europea, haciéndolo venerable, es prueba de esto. Un valor fundamental de la Unión Europea es, en efecto, el respeto y la promoción de la dignidad del ser humano hecho a imagen y semejanza de Dios, que está llamado a vivir en una verdadera comunidad con los demás. «Persona y comunidad son los dos pilares de la Unión Europea», como afirmaba el papa Francisco en la Conferencia «Repensando Europa», realizada en el Vaticano en octubre de 2017 y organizada conjuntamente por la COMECE (Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea) y la Secretaría de Estado. En este momento, en Europa, el concepto mismo de persona y su relación con el proyecto de Dios creador está puesto seriamente en discusión. El ser humano está visto cada vez más como un ser que se elige a sí mismo y autónomamente, sin ningún límite, y sin ninguna referencia o naturaleza que lo antecede y que le viene dada, y esto también en los ámbitos sagrados de la sexualidad y de la familia.
Este modo de entender el ser humano, surgido tal vez a partir de la concepción antropológica de 1968, se quiere imponer a todos, incluso a través de instituciones comunitarias, como en alguna ocasión el Parlamento Europeo. Esto es contrario a la misma esencia del proyecto europeo, que surge con el principio de la subsidiariedad, el respeto por las diversas culturas y pueblos que componen Europa. El lema de la Unión Europea es, en efecto, unidad en la diversidad. Como cristianos sabemos que la Eucaristía hace la Iglesia. Ecclesia de Eucharistia es el título de una famosa encíclica de san Juan Pablo II. La Eucaristía crea la unidad en la diversidad del pueblo de Dios y nos mantiene unidos, no obstante nuestras diferencias, arraigados en el único misterio de Cristo como sarmientos a la vid. La fe cristiana ha sabido inculturarse en la diversidad de los pueblos europeos –gracias también a grandes figuras, como los santos patronos de Europa, cito solo a Benito, Cirilo y Metodio–, ya que ha mantenido inalterado ese tesoro escondido que es el anuncio del misterio pascual celebrado en la Eucaristía, expresándolo y viviéndolo en las diversas culturas y realidades locales. La Unión Europea hoy no siempre va por el mismo camino. No solo olvida el Evangelio de Jesucristo, sino que también intenta imponer una misma ideología a todos. Hoy algunos líderes europeos dicen abiertamente que o se admite la ideología de género y su modo de entender el ser humano, vinculado según ellos de modo indisoluble con los derechos de la comunidad LGTB, o no se puede formar más parte de la Unión Europea. Esto no es aceptable, y va contra la misma idea de respeto por las diversas culturas y de unidad en la diversidad que está en la raíz de la Unión Europea. De ninguna manera reconozco que sea legítimo discriminar a los homosexuales. Muy por el contrario, afirmo que es necesario tratarlos con mucho respeto, tal como está escrito en el Catecismo de la Iglesia Católica.
Redescubrirse como Iglesia
¿Cómo responder a estos desafíos como cristianos y como Iglesia? ¿Cómo volver a proponer el Evangelio en nuestro continente? ¿Cómo comprometernos por una sociedad más justa? ¿Cómo celebrar la Eucaristía y rendir culto al Señor presente entre nosotros? Creo que la respuesta está en el redescubrirse Iglesia y vivir auténticamente el misterio de la Iglesia. La Iglesia es el pueblo de Dios que sale y evangeliza viviendo la alegría de la salvación. La Iglesia es una, anclada firmemente en el misterio redentor que se actualiza cada vez que celebramos la Eucaristía, y también permanece abierta y respetuosa de las diferentes culturas, valorando y asumiendo lo que en ellas haya de bueno.
No creo que la solución sea entrar en la lógica de los grupos, del nosotros contra ellos, de los cristianos contra los laicistas, de los pro–vida contra los defensores de la cultura de la muerte, sino en llegar a ser una Iglesia más auténtica, más fraterna, más acogedora, más misericordiosa, más abierta a quien busca ayuda y a quien encontramos en nuestro camino, aun cuando pertenezca a un pueblo diverso. Una Iglesia verdaderamente samaritana, una Iglesia que vive el misterio pascual de muerte y de resurrección, y por eso no tiene miedo de morir, de perderse, de perder una así llamada identidad tal vez nostálgica de un pasado que no existe más, porque sabe que es dando como se encuentra, porque sabe que su Maestro, precisamente muriendo en la cruz, vaciándose a sí mismo, hizo presente y ha revelado el amor y la fidelidad de Dios.
Queridos amigos y amigas, la Eucaristía hace posible todo esto. Es pan de fraternidad, pan de Dios, pan del cielo, alimento para nuestro camino, a menudo difícil. Nos hace Iglesia. Cuanto más auténticamente la celebramos, más nos convertimos en aquello que comemos, nos volvemos más hermanos y hermanas, somos más capaces de darnos a los demás, nos hacemos más custodios de la creación, somos más capaces de crear comunión respetando nuestras diferencias, somos más capaces de luchar por la justicia y de defender y ayudar a las personas vulnerables y descartadas.
Queridas amigas, queridos amigos, no dejemos que nadie nos quite la Eucaristía. Celebremos la Eucaristía con fervor para llegar a ser aquello a lo que estamos llamados, ya que «sine dominico non possumus», sin el domingo, sin la celebración eucarística no podemos vivir, como decían los antiguos mártires de Abitinia. Yo espero con todo mi corazón que saquemos de la Eucaristía la fuerza para una evangelización del continente europeo.
Card. Jean–Claude Hollerich, s.j.
Traducción y edición de texto:
Mª Andrea Chacón dalinger, m.e.n.
y Mónica Mª Yuan Cordiviola, m.e.n.
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