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Desde nuestra ventana (mayo 2023)

24 mayo 2023

Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de mayo de 2023.

Jesús de Nazaret, según Joseph Ratzinger

Leer a Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, es un gozo para la inteligencia y un sustento para la fe. Con palabras asequibles, con razonamientos elementales nos va proporcionando toda una argumentación que, bajo la capa de la simplicidad, esconde la verdad más profunda que no es otra que la presencia divina en la vida de la humanidad. Estamos releyendo Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger.
Acabamos de celebrar los misterios de la muerte y resurrección de Cristo, el final de la vida terrenal de un profeta, Jesús de Nazaret, que como Hijo de Dios ha sido enviado por el Padre para mostrarnos que la muerte no es el final del camino, sino que es tránsito al destino definitivo de la eternidad. Todo esto puede leerse en los Evangelios: La resurrección es la clave del mensaje. A este respecto afirma claramente san Pablo: «Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (1Co 15,14).

Sencillez de la respuesta
Siendo así la gran verdad del Cristianismo, J. Ratzinger quiere guiarnos a una cuestión previa, preguntándose, preguntándonos, por la razón por la que el Padre Dios ha enviado a su Hijo para ser crucificado y resucitar al tercer día. En la citada obra Jesús de Nazaret, cuya lectura aconsejaremos siempre, J. Ratzinger escribe: «Aquí surge la gran pregunta que nos acompañará a lo largo de todo este libro: ¿qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?« (I, p. 69). Cualquiera ante esta gran pregunta esperaría una respuesta teológica, estructurada, profunda, documentada. Pero no. La sorpresa está en la sencillez de la respuesta, esa que se da para contestar a lo oculto y complicado. Sigue diciendo nuestro escritor: «La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino: la fe, la esperanza y el amor» (I, pp. 69-70).

La voluntad de Dios
Conocemos a Dios a través de Jesús de Nazaret, hombre igual que nosotros, que también sufre y llora, como nosotros, ante la muerte de su amigo Lázaro. Él nos muestra el camino, Él es nuestro guía para pasar haciendo el bien, con Él la carga se hace más ligera y menos pesada. Además se ha quedado para siempre con nosotros entre las paredes de un Sagrario. Nos escucha, nos atiende, nos consuela, nos anima, nos da fuerzas, nos da amor.

Como dijo el cardenal Hummes, «el cristianismo no ha nacido de una bella idea o de un programa ético, sino de un acontecimiento, es decir de un encuentro con una persona: Jesús de Nazaret». Y eso es lo que nos propone Ratzinger: La posibilidad del encuentro personal con Jesús de Nazaret, la posibilidad de un diálogo permanente entre Dios, hecho hombre, y el hombre mismo, un diálogo de igual a igual.

Pero en ese diálogo a veces es difícil escuchar la voz de Dios. Con demasiada frecuencia la Humanidad ha actuado sin atender a la presencia divina en el acaecer de los acontecimientos. Incluso a los mismos cristianos, que seguimos a Jesús, también nos cuesta reconocer esa voz. Y nos preguntamos: ¿qué quiere Dios de nosotros? ¿Dónde está la voluntad de Dios?

La razón no fue nunca enemiga de la fe, antes al contrario, le apetece la fe y en ella se siente cómoda. «Pero, ¿qué significa “voluntad de Dios”? ¿Cómo la reconocemos? ¿Cómo podemos cumplirla?», se pregunta J. Ratzinger para, a continuación, responder: «Las Sagradas Escrituras parten del presupuesto de que el hombre, en lo más íntimo, conoce la voluntad de Dios, que hay una comunión de saber con Dios profundamente inscrita en nosotros, que llamamos conciencia» (I, p. 183). Y Jesús está en el interior de cada uno de nosotros, despertando nuestras conciencias hasta la vigilia del amor.

Dios histórico y visible
Jesús es nuestro compañero de viaje, el amigo de al lado que nos acompaña, que nos abraza, que nos toca. Es un ser vivo, presente, histórico. Y esta es seguramente la mayor satisfacción que se desprende de la lectura de este libro: Sentir el aliento de Dios que a través de Jesús nos estrecha con su mano amiga, más allá y más acá de su mensaje inabarcable.

Hay momentos especialmente sublimes, sobre todo, por ejemplo, cuando J. Ratzinger comenta el sermón de la montaña o la oración del Padrenuestro, cuya confluencia glosa en esta expresión: «Puesto que ser hombre significa esencialmente relación con Dios, está claro que incluye también el hablar con Dios y el escuchar a Dios. Por ello, el sermón de la montaña comprende también una enseñanza sobre la oración; el Señor nos dice cómo hemos de orar» (I, p. 161).

Con apelación a autoridades de todo tipo, creyentes y no creyentes, cristianas y no cristianas, cristianas católicas y no católicas, J. Ratzinger nos acerca a un Jesús que interviene en nuestra historia, mostrándonos la necesaria comunión del hombre con Dios. Así concluye, refiriéndose a la institución de la Eucaristía: «La Eucaristía es el acontecimiento visible de reunión que –en un lugar y más allá de todos los lugares– es un entrar en comunión con el Dios vivo, que acerca desde dentro a los hombres unos a otros. La Iglesia nace de la Eucaristía» (II, p. 165). Dios, Jesús de Nazaret, resucitado, está aquí, con nosotros, hasta el final de los tiempos. «Es realmente Él; vive y nos ha hablado, ha permitido que le toquemos, aun cuando ya no pertenece al mundo de lo que normalmente es tangible» (II, p. 286).

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