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Desde nuestra ventana (marzo 2024)

25 marzo 2024

Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de marzo de 2024.

Las ventanas de la catequesis

Leemos junto a la puerta que da acceso al templo: «Se necesitan catequistas». Suponemos que se refiere a catequistas preparadores de los chicos que van a recibir su primera Comunión. Es lo lógico. Lo que no resulta ya tan lógico es que no haya voluntarios para el desempeño de una función tan agradecida y tan noble.
Pasamos a participar en la celebración de la Eucaristía. Sobre todo Teresa no para de darle vueltas al asunto, ella que fue durante tantos años catequista en su parroquia. No nos resistimos a entablar sobre el tema una animada conversación con el sacerdote celebrante, una vez terminada la Misa. Cada cual aportamos nuestro punto de vista que va más allá de la simple queja. Intentamos analizar la situación y dar con algún posible remedio. En cualquier caso, fue una charla reconfortante, casi de carácter catártico, curativo.

Sociedad secularizada
Vivimos en una sociedad secularizada, donde el motivo religioso queda anclado prácticamente en el olvido o se supone reservado a unas minorías más o menos alejadas u ocultas. A pesar de ello, perviven ciertas costumbres o ritos, cuyo cumplimiento es obligado merced a una tradición un tanto inconscientemente admitida. Son ritos relacionados con el nacer (Bautismos), el morir (funerales) o de integración social (Comuniones, bodas). Aunque hay que reconocer que junto al hecho del practicante consciente –cada vez más minoritario– se da también el hecho del no practicante consciente –cada vez hay más niños sin bautizar y sin tomar la Comunión, y más bodas civiles.

La situación es que los padres no proporcionan a los hijos conocimientos sobre la realidad religiosa de nuestra cultura occidental, bien porque ya no los poseen o bien porque, aun poseyéndolos, no les interesa o no les apetece proporcionarlos. Sin embargo, llevan a sus hijos a la catequesis, pues su asistencia es obligatoria, a la que ellos ciertamente no se ofrecen como voluntarios catequistas. Aún queda el reducto de los abuelos, que intentan transmitir la fe cristiana a sus nietos por encima de los actuales padres, si bien, como su nombre indica, es un reducto, esto es, un lugar apartado llamado a la desaparición.

Raíces cristianas europeas
La ignorancia del Cristianismo por parte de quienes en las encuestas se declaran cristianos es alarmante. No se es consciente, por supuesto, de que las democracias en las que se sustenta Occidente nacen de los valores predicados y puestos en práctica por el Cristianismo, tales como la igualdad, la justicia, la libertad o el bien común. Es imprescindible el conocimiento de las raíces cristianas europeas, si queremos interpretar adecuadamente nuestra historia, nuestras artes, nuestra cultura. Sin embargo, sucede todo lo contrario. En un reconocido y visitado museo, ante la muestra de una bellísima custodia, exclamó el joven adolescente, que sin duda estaba bautizado y habría tomado su primera Comunión: ¡Qué lupa más bonita! Evidentemente, es tan sólo un ejemplo, pero indicador cualificado de la realidad.

Y siendo la ignorancia de por sí una situación lamentable, debemos reconocer situaciones aún peores: La relegación al ostracismo del hecho religioso cristiano por supuestas cuestiones de improcedencia, por supuestos atentados a la libertad, por supuestas causas de la aparición del mal o de regreso a postulados anacrónicos. Es cuando la mentira suplanta a la verdad, de tal modo que declararse públicamente cristiano cuanto menos pertenece al lenguaje de lo políticamente incorrecto. Peor es todavía cuando se persigue en concreto a la religión cristiana, y su difusión, por procedimientos sibilinos que, aunque no sean cruentos, no dejan de ser persecuciones. Acaba de aparecer la sociedad del miedo.

Una iglesia centrífuga
En este campo embarrado tiene que florecer la espiga de la fe. La labor catequética no puede ni debe quedar exclusivamente practicada entre las paredes de un salón parroquial. La misión –Europa es tierra de misión– tiene que ser llevada a cabo por todos quienes un día accedimos al Sacramento del Bautismo. Individual y socialmente. Desde el puesto que cada cual ocupa en la sociedad o desde las comunidades o asociaciones de las que forma parte. Es hora de que todos los carismas de la Iglesia se pongan en funcionamiento para propiciar el encuentro personal del hombre con Jesús.

Hay que abrir ventanas al mundo, ventanas de catequesis. Tenemos que apostar por una iglesia centrífuga que salga a los caminos para invitar al banquete que sacia del generalizado tedio del vivir. Aunque la tarea sea costosa, es al mismo tiempo gratificante. Cuando la desesperanza abunda sobremanera; cuando las preguntas vitales tienen la respuesta del fracaso; cuando la felicidad se disfraza de egoísmos; cuando Dios, que es amor encarnado en Jesucristo, es sustituido por sucedáneos que nunca satisfacen; tenemos que predicar que son posibles las llanuras con paz, que el hambre es remediable, que el dolor es llevadero, que vivir es siempre darse, que la muerte no tiene la última palabra… Tenemos que hablar de Jesús. Tenemos que hacer palpable a Jesús en nuestras vidas, tanto que los demás exclamen con envidia: Mirad, esos son cristianos.

No es cuestión de llenar los templos, es cuestión de llenar las mentes y los corazones del conocimiento y del consiguiente amor a Jesús. Cuanto más se conoce la calidad de la persona, más se la quiere, sabiendo que a la postre el mensaje se resume en «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». No hace falta ser un sabio ni ir, como san Pablo, al Areópago para predicar la Buena Nueva; solo hace falta apagar el miedo y colgar bien visible en nuestro pecho un cartel que diga: «Yo soy catequista».

Teresa y Lucrecio, matrimonio UNER
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