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Enseñanzas de san Manuel (mayo 2024)

22 May 2024

Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de mayo de 2024.

El contexto del comentario de san Manuel
sobre el padrenuestro (II)

En el artículo anterior, comenzamos a ver el contexto del comentario al padrenuestro de san Manuel González. Admiramos la originalidad y eficacia de su metodología; lo importantes y acertados que son los propósitos de su obra: instar a todos los cristianos a orar ante el Sagrario como se oraba en el Evangelio, y la profundidad bíblica, teológica y espiritual de sus definiciones de la oración. En el presente artículo veremos cómo desarrolla dos temas claves: la vocación universal a la oración y la conjunción salvadora que produce la oración entre la miseria humana y la misericordia divina.
Un motivo muy importante por el cual san Manuel escogió como método para plantear sus enseñanzas sobre la oración cristiana el presentar una serie de cuadros, tomados directamente del Evangelio, que mostraran diferentes modos de orar, es su firme propósito y ardiente deseo de que absolutamente todas las personas caigan en la cuenta de que orar no es algo difícil, que todos pueden hacerlo.

3. Todos podemos orar
Veamos algunos ejemplos:

Hablar con el Invisible y Callado
San Manuel se enfrenta al problema de que cuando rezamos le hablamos a alguien que no vemos con nuestros ojos y cuya respuesta no escuchamos con nuestros oídos de carne. Para resolverlo, ofrece un paralelo con algo que cualquier persona es capaz de hacer: pensar y hablar en su imaginación con un ser querido ausente. Pues algo parecido es la oración: «pensar, hablar, gozar, padecer con la persona querida, no ausente, sino sencillamente invisible, pero real y viva, de Jesús que habita en nuestros Sagrarios y que, en cuanto Dios, está en todas partes». O sea, no solo es posible, sino que, en el caso de la oración, nuestro interlocutor sí está presente y nos escucha; lo único que tenemos que hacer es vencer, por medio de la fe, la barrera de su invisibilidad y aparente silencio.

De esta definición surge el propósito que lo mueve a escribir y que encomienda al mismo Jesucristo: «Huésped callado e invisible de nuestros Sagrarios, que este librito enseñe y decida a muchos cristianos a dejar de ser mudos, porque no te ven, ni te oyen con sus ojos y oídos de carne» (2ª ed., cit. en I, p. 776).

¿Cómo orar?
¿Todos necesitamos orar? ¿Cómo se ora? se preguntan muchos. San Manuel no solo afirma que todos necesitamos «pedir a Dios», y por tanto «todos necesitamos orar» (897), sino que ofrece unas sencillas comparaciones para ilustrar cómo hacerlo concretamente.

«¿Cómo? Como nos quejamos cuando nos duele algún miembro, o nos hiere un pesar, como lloramos sobre el pecho de los que nos quieren, como contamos el proceso de nuestra enfermedad al médico, de nuestra ruina al amigo rico, de nuestras penas íntimas a nuestras madres, así, espontáneamente, confiadamente, humildemente, insistentemente» (897).

Importante subrayar los cuatro adverbios con que califica la acción de orar: «espontáneamente, confiadamente, humildemente e insistentemente», los cuales se ven muy claros en los cuadros bíblicos que presenta para ilustrar lo que es la oración, y que deben acompañar siempre nuestra oración.

«Hablar a Dios con el corazón»
Conceptos errados sobre la oración provocan que muchos teman orar o no lo intenten del todo. San Manuel menciona los siguientes: «¿No es cosa difícil? ¿No está vedado a los rudos, a los ocupados, a los activos? ¿No es de sólo los escogidos o de los moradores de los claustros? ¿No ha menester estudios o preparativos prolijos? ¿Cómo se ora?» (892).

Por medio de las escenas evangélicas que presenta para nuestra contemplación a lo largo de su comentario del padrenuestro, san Manuel demuestra que todas las personas pueden orar, y para convencernos mayormente, define así la oración: «El orar es hablar a Dios con el corazón, y, por tanto, cosa sumamente fácil y al alcance de todos, ilustrados y rudos, mayores y chicos, buenos y malos, puesto que todos tienen boca y corazón» (893).

San Manuel agrega otro dato muy consolador: «¡Dios es un Padre muy considerado! Y lo es no sólo porque no pide nunca a nadie lo que no puede dar, sino porque se hace cargo, como nadie, de lo que cada cual puede darle según las circunstancias» (1039). Por eso, «ha mandado Dios por medio de su Hijo que oremos todos y siempre. ¿Cómo? Como cada cual pueda: el santo, a lo santo; el pecador, a lo pecador; el sabio, a lo sabio; el niño, a lo niño» (1040).

Conversar afectuosamente con Dios
«Toda oración es conversación afectuosa con Dios», y el saludo «Padre […] que estás en los cielos» (Mt 6,9) «es el saludo con que el Maestro divino de la oración ha querido que comencemos toda conversación con Dios» (904).

Solo meditando o solo ejercitando nuestro entendimiento no oramos; para orar se requieren cuatro elementos: «conversar afectuosamente» con Dios, como nuestro Padre, «sobre nuestras necesidades» y «dejándonos llevar de la moción o impulso del Espíritu Santo» (896).

Este último punto sobre la acción del Espíritu Santo es de fundamental importancia. Sin el divino Espíritu no hay verdadera oración, pues nosotros no sabemos ni siquiera qué nos conviene pedir, «mas el Espíritu mismo interviene a favor nuestro con gemidos inefables» (Rom 8,26). Por eso debemos dejarnos llevar de la moción del Espíritu Santo. «Y como con este divino introductor contamos siempre, ¿quién podrá decir con verdad que no puede echar un rato de conversación afectuosa con Dios como de hijo pobre con su Padre rico y bueno?» (896).

San Manuel desea que como fruto de su obra, sus lectores se den cuenta de que en realidad, gracias al Espíritu Santo, «han orado mucho o pueden orar en adelante […] ¡Hay tantas almas regaladas por el Espíritu Santo con el rico don de la presencia afectuosa de Jesús y la contemplación casi perenne, que no se dan cuenta de que oran y aun se quejan de que no saben o no pueden orar!» (Intro., p. 778).

¡Qué maravillosa sorpresa enterarse de que ya se lleva una vida de oración, y qué consolador saber que siempre se es capaz de orar!

Por tanto, todos podemos orar, porque el agente principal de la oración es el Espíritu Santo, no nosotros, y todos contamos siempre con Él, con su ayuda y su dirección.

4. Miseria humana y Misericordia divina
¿A quién se le ocurriría decirle a un niño pequeño que no debe estar pidiéndole cosas a sus padres, sino solo alabarlos y darles gracias? La indigencia y dependencia totales de un niño en alguien que lo cuide son patentes y justifican su recurso constante a sus padres.

Pues igualmente clara debería ser nuestra indigencia y dependencia totales en Dios, refrendadas por las palabras del mismo Jesús: «Sin mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5). Por consiguiente, necesitamos recurrir a Él constantemente, para todo, precisamente por medio de la oración. Sin duda son importantes la oración de alabanza y de acción de gracias a Dios, pero no eliminan la indispensable oración impetratoria o de petición.

Si algo caracteriza a san Manuel es lo bien que enseña la importancia indiscutible y la prioridad, dada nuestra absoluta indigencia, de la oración impetratoria, y lo bien que lo demuestra con numerosos ejemplos tomados del Evangelio y con citas de los santos. Entre estos últimos menciona a san Agustín (+430), el cual «definía bellamente la oración como “la omnipotencia del hombre y la debilidad de Dios”. Por eso afirmaba que orar es pedir» y a san Juan Damasceno, el cual «entendía la oración como “la petición de las cosas convenientes”» (894).

Los dos elementos de la oración
San Manuel explica que «toda oración se compone de dos elementos»: uno humano, que es «el conocimiento de nuestra indigencia absoluta», tanto en cuanto al alma como el cuerpo, «y otro divino, la fe y la confianza sobrenaturales en el amor misericordioso y omnipotente de Dios», el cual, subraya, «quiere y puede y ha prometido socorrer nuestra indigencia». O sea, no solo Dios omnipotente puede remediar cualquier necesidad nuestra, sino que quiere y ha prometido hacerlo (cf. 893; 896). Por tanto, no debemos temer implorar su auxilio divino.

Dos elementos plenamente constatables son centrales para san Manuel: nuestra miseria y la Misericordia divina. De aquí surgen estas definiciones tan suyas de la oración: «Oración es la fe y la confianza poniendo en comunicación y en curación la gran miseria humana con la gran misericordia divina. Eso es toda oración: la miseria de rodillas, con las manos extendidas y la boca abierta, ante la Misericordia omnipotente del Corazón de Dios. Ésa es, en la esencia, la oración del santo más contemplativo, como la del cristiano más vulgar e interesado» (893).

Efectivamente, sea la oración del «cristiano más vulgar», pidiendo a Dios ganarse el gordo de la lotería, o la del místico pidiendo: «Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta» (S. Ignacio de Loyola), ambos de alguna forma reconocen su indigencia y apelan a la misericordia infinita de Dios.

Se ora como se pide
San Manuel afirma acertadamente que el peso de la oración depende del reconocimiento de nuestra miseria y la confianza en la misericordia de Dios que tengamos: «Se ora como se pide y se pide según se siente la miseria propia y según se cree y se confía en la misericordia de Dios. A más conocimiento de aquélla y a mayor fe y confianza más viva en ésta, más eficaz oración» (895).

Por eso toda oración precisa de reflexión personal sobre las propias fragilidades y necesidades; pero sobre todo requiere de la asistencia del Espíritu Santo, «Agente Supremo del mundo sobrenatural, infundiendo, excitando, fomentando, avivando nuestra fe y nuestra confianza y nuestro descanso en la Misericordia de Dios, para que más claramente veamos y más fuertemente sintamos y saboreemos a Dios, Padre rico que ha hecho de la oración llave de sus tesoros en favor de nosotros, hijos pobrísimos» (895).

San Manuel critica fuertemente a los que dicen que no saben o no pueden orar. La razón de fondo es su orgullo: «¿Pero tan rico, tan perfecto, tan señor, tan cabal, tan independiente, tan sin faltas ni peligros eres tú que no necesitas de Dios? Y aunque así fueras, ¿no necesitas siquiera darle gracias por tanto como te dio y pedírselas para que no lo pierdas? ¿O es que no crees que Dios, tu Padre, quiere y puede y ha prometido por ese medio remediarte?» (896). «¿Quién no necesita pedir a Dios? ¿Todos? Pues todos necesitamos orar» (897).

En otras palabras, la ineficacia de nuestra oración a menudo se debe a que no oramos desde nuestra indigencia, sino desde nuestra soberbia; no pidiendo humildemente, sino exigiendo a Dios, como si le hiciéramos un honor o un favor acudiendo a Él, y molestándonos con Él si no nos concede lo pedido de la forma y en el momento deseado por nosotros.

También sucede que oramos sin fe, dudando que Dios vaya a concedernos lo solicitado, tomando precauciones por si acaso Dios nos falla, etc. En consecuencia, a menos conciencia de nuestra indignidad e indigencia y menos fe y confianza en Dios, menor será la eficacia de nuestra oración.

«Feliz miseria» (899)
Por las páginas del Evangelio «se ven desfilar, ante la Misericordia infinita del Corazón de Jesús, representaciones de todas las miserias humanas desde las más materiales y groseras hasta las más espirituales» (898).

Ante esas «miserias de rodillas y con los brazos suplicantes» san Manuel subraya «el amor misericordioso del dulce Nazareno» y «el Sí grande» con que responde «al afligido y confiado suplicante» (899).

Inspirado en san Agustín, que llega a decir «¡Oh feliz culpa que mereció tener tan grande Redentor!» (Pregón Pascual), ante «las caricias de esa Misericordia tan propicia y tan para nosotros», a san Manuel le vienen ganas de pasar la vida orando y hasta de tener más miserias que contarle al Señor, para tener la ocasión de experimentar las miradas de bondad, el paternal interés y la virtud que emana la persona de Jesús.

«¡Feliz miseria, que hace probar y gustar a los desgraciados hijos de Eva las dulzuras de las misericordias del Padre que está en los cielos y del Hijo que vive en los Sagrarios de la tierra!» (899).

«¡Bendita la oración!»
Bendita es la oración, porque une nuestra miseria humana con la Misericordia divina. Así sucedía en el Evangelio y así sigue sucediendo hoy ante el Sagrario.

«¡Bendita la oración, que lleva como de la mano y dobla las rodillas y abre las bocas, y arranca los gemidos y las lágrimas de los miserables y coge como del Corazón al Padre del cielo y al Hermano divino del Sagrario y les invita y obliga y empuja a hacer milagros de perdones de almas, de curaciones de cuerpos, de resurrecciones de cuerpos y almas, de lágrimas trocadas en perlas de diadema y de tierras de abrojos trocadas en cielos de delicias!» (900).

Si los seres humanos de hoy, en nuestros dolores y necesidades, acudiéramos a Jesús en el Sagrario como acudían a Él las personas de su época en sus diversas necesidades, ¡qué diferente sería el mundo!

«El Jesús del Evangelio es el mismo Jesús vivo del Sagrario. Aquí como allí dice y hace lo mismo. ¡Ah! ¡Si esta fe viva en Jesús vivo Sacramentado invadiera y llenara nuestra alma!» (900).

Deyanira Flores
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