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Exposición sobre san Manuel González en Moguer (Huelva)

13 febrero 2017

Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de febrero de 2017.

Conocer para agradecer

Tres meses después de su canonización, fue inaugurada la exposición «El arcipreste de Huelva: San Manuel González». Hasta el 4 de marzo será posible visitarla en el Monasterio de Santa Clara de Moguer.


La exposición ha sido organizada por Comisión Diocesana para la Canonización de San Manuel González, la Delegación Diocesana para el Patrimonio Cultural y el Monasterio de Santa Clara de Moguer y patrocinada por la Fundación Caja Sur. Puede ser admirada a través de visitas guiadas, de martes a sábado, a las 10.30, 11.30 y 12.30 horas y, por la tarde, a las 16.30, 17.30 y 18.30 horas. También los domingos las visitas están organizadas a las 10.30 y 11.30 horas. Ofrecemos, a continuación, un recorrido por los cuatro espacios expositivos indicando, entre paréntesis, el número de las piezas expuestas.

I. Cuna, familia y misión
En Sevilla fue su cuna, donde «el azahar y el incienso embriagan los sentidos…», como dijera Manuel Machado. Allí, a la orilla del Guadalquivir vio la luz Manuel González García, nacido en la calle del Vidrio, en la collación de San Bartolomé, la antigua judería. Una litografía de la Giralda de Sevilla (1), Anónimo del S. XIX, de la Familia Martín-Rodríguez de Valverde del Camino representa al símbolo más universal de la ciudad hispalense. Allí, en Sevilla, nació a la vida, y nació a la fe, de la mano de sus padres: Martín y Antonia, allí comenzó su peregrinación terrena.

Sobre todo, de la piedad de su madre, san Manuel González aprende los elementos más importantes y determinantes de su vida espiritual: el amor a Jesús en la Eucaristía, la tierna devoción a María, su corazón compasivo con los pobres. Y será seise de la catedral de Sevilla, como nos recuerdan en esta exposición estas cromolitografías de seises (2) del S. XIX, de una colección particular de San Juan del Puerto, y el traje de seise, de la Archicofradía de María Auxiliadora, de Sevilla (3). Ya sea con uno parecido a este, celeste y blanco en la octava de la Purísima Concepción, ya sea con otro rojo y blanco en la octava del Corpus y en el triduo de Carnaval, danzará ante el Santísimo Sacramento, ante el que cuya inocencia presagiaba la alabanza que haría brotar este niño, que sería con el tiempo «profeta del Altísimo», porque iba a ir «delante del Señor a preparar sus caminos». Y sería Sacerdote de Jesucristo, de la «escuela y discipulado» del beato cardenal Marcelo Spínola y Maestre, que le confirió el Sacramento del Orden el 21 de septiembre de 1901. Esa relación del obispo y su sacerdote, la espiritualidad en torno al Divino Corazón, queda aquí sugerida por la fotografía del beato Spínola en el claustro de las Madres de Santa Clara de Moguer (4) y por una mitra usada por el Beato Spínola, s. XIX (5), propiedad de este Monasterio.

En su etapa hispalense, mientras era capellán del Asilo de las Hermanitas de los Pobres, fue Padre-Obediencia de la Santa Escuela de Cristo, de la que se exponen algunos documentos referidos a su relación con dicha institución (6), de cuyo archivo proceden.

Pero, como llamado, como elegido, san Manuel González recibió una misión, una misión que iba a marcar toda su vida, mejor dicho, toda su peregrinación y también su testimonio y su intercesión desde el cielo: el Sagrario abandonado. En Palomares del Río (Sevilla), adonde fue enviado a dar una misión popular, el novel sacerdote se encontraría con la realidad y con el fin de sus ensoñaciones pastorales y, ante este Sagrario de la parroquia de Nuestra Señora de la Estrella, de Palomares del Río (7), anónimo S. XIX, intuyó con una fuerza enorme que Jesús le quería sacerdote de un pueblo que no amaba a Jesucristo, que el Señor le llamaba para ser sus pies y sus manos. Esta misión, que bullía en su joven corazón, tendría concreción en 1910 en la Obra de los Sagrarios-Calvarios, siendo ya arcipreste de Huelva (1905-1916), el 4 de marzo de 1910, en la capilla del Sagrario de San Pedro, que aparece aquí en la reproducción de una antigua fotografía de la Parroquia Mayor de Huelva, del Portfolio fotográfico de España (8), s. XX.

Un oficio de 1905 (Archivo Diocesano de Huelva) (9), en el que muestra su intención de restaurar la capilla del Sagrario, «que está de lo peor». Desde el Sagrario de San Pedro iba a partir una «legión» de «Marías» y de «Juanes» del Sagrario-Calvario, que a imagen de las Marías del Calvario y de san Juan Evangelista, tomaran el lugar de los mismos ante la real presencia de Cristo en la Eucaristía, consolando y acompañando a Jesús, como la mejor forma de ser consolados y acompañados, como la mejor de manera de despertar el hambre del Pan que da la vida, como la mejor manera de ser impulsados a reconocer a Cristo en la presencia de los pobres. Como decía san Manuel en su librito Aunque todos… yo no: «¡Que se abran muchas veces las puertas de mi Sagrario y verás lo que sale por ellas!». La obra de los Sagrarios-Calvarios queda representada por varios objetos y documentos: documentos de la actividad de las Marías de los Sagrarios (Obispado) (10), Manual de las Marías (11), con dedicatoria de don Manuel, de la Familia Martín-Rodríguez, banderas de las Marías de los Sagrarios de Huelva y San Juan del Puerto, S. XX (12) y medalla de las Marías y de los Discípulos de San Juan (13), diseñada por el grabador y pintor, y director artístico de la Fábrica de Moneda y Timbre, Bartolomé Maura, S. XX. Se exponen varios ejemplares, una de la familia Martín-Rodríguez en plata, y otra que perteneció a Doña Antonia O’Callaghan, del pueblo de Lozoya, cedida por su hija Dña. Antonia Friend. La Obra de los Sagrarios-Calvarios nace en Huelva, –época a la que pertenece esta fotografía de san Manuel en La Rábida (14), de la familia Martín-Rodríguez–y seguirá creciendo posteriormente en Málaga y Palencia, con la sección de Niños Reparadores, que vienen a consolidar a los «Juanitos» onubenses de la primera época. De esta sección infantil se muestran una bandera de los Niños Reparadores (15), de la Parroquia de San Juan del Puerto, S. XX y una medalla de los Niños Reparadores (16), de la Hna. María del Carmen Mañueco, m.e.n.

II. El abandono y los abandonados: los pobres
El nuevo arcipreste de Huelva, cuando llega a la ciudad del Tinto y el Odiel, estaba bebiendo del Corazón de Cristo, abandonado en el Sagrario, esperando en el Sagrario, amando desde el Sagrario. No, no era una espiritualidad desencarnada la de san Manuel González. Los pequeños, los niños, van a ser los primeros pobres, los primeros abandonados que van a sentir cómo del Sagrario sale una llamarada de caridad que ha insuflado el corazón sacerdotal de don Manuel. Los niños, esos niños que apedreaban al arcipreste, que desconocían a Dios, quemaban su celo apostólico, y para ellos fundó un colegio: el Colegio del Sagrado Corazón, del que se observa una selección de documentos y planos de las Escuelas, del Archivo Diocesano de Huelva (17), y fotografías de los años fundacionales.

Ese colegio necesitaba maestros, y otro chiflado del Corazón de Jesús, el abogado Manuel Siurot Rodríguez, maestro de niños pobres colaboró íntimamente con el arcipreste en esta obra. El busto de Manuel Siurot (18), de Joaquín Moreno Daza, propiedad del Excmo. Ayuntamiento de La Palma del Condado nos lo quiere recordar aquí, así como un libro dedicado por Siurot a José María Pemán (19), que nos hace presente su faceta de propagandista, literato y pedagogo, lo que también nos muestra el prólogo que el arcipreste de Huelva hizo de su libro: Cada Maestrito (20), uno de cuyos ejemplares, del Colegio Diocesano, aparece aquí. Manuel Siurot, hombre de fe, mandó esculpir esta escultura en madera policromada del Sagrado Corazón de Jesús (21), titular de dicho colegio, a Sebastián Santos, 1935. Del archivo del citado colegio, también se exponen tres cartas de san Manuel González a D. Manuel Siurot, de distintas fechas (22), (23), (24), así como una fotografía dedicada a Don Manuel Siurot, «a mi otro yo» –así lo llamaba don Manuel–, por el santo obispo (25). Y otra fotografía del obispo de Málaga con los profesores del Colegio del Sagrado Corazón de Huelva y con alumnos de su Colegio de Maestros (26).

Pero el Arcipreste no agotaba su caridad en esta obra, con ser la más señera y la más perdurable de sus actividades en Huelva, porque sigue perviviendo hoy en el Colegio Diocesano del Sagrado Corazón, sino que otras obras, otras necesidades, hicieron nacer otras repuestas del acompañante del Abandonado para los abandonados: representadas en un panel (27), y por una estampa del Corazón de Jesús (28) que puso san Manuel en el Colegio del Polvorín, origen de las Teresianas en Huelva, traídas por él a la ciudad y que hizo presente a la Iglesia en un lugar donde, hasta entonces, no había signo religioso alguno. Las Teresianas se hacen notar en esta exposición con este documento de su fundación onubense, del Archivo Diocesano de Huelva (29).

III. María, la madre Inmaculada
María estuvo muy presente en la vida y en la obra de san Manuel González. Ya desde su niñez la ternura de María se le había hecho presente a través de las imágenes con que la piedad popular sevillana venera a la santísima Virgen, como es el caso de la Virgen de la Alegría, de la parroquia de San Bartolomé, su lugar de bautismo, su parroquia. Así lo quieren sugerir esta fotografía iluminada de la Virgen de la Alegría, S. XX (30) propiedad de la Real e Ilustre Hermandad del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora María Santísima de la Alegría, Ánimas Benditas y San Manuel González García, de Sevilla. O esta reproducción de la Patrona de Sevilla y su Archidiócesis, la Virgen de los Reyes, de la Parroquia Mayor de San Pedro de Huelva (31), obra anónima del s. XVI. María Auxiliadora (32), escultura en resina de Martín Lagares, 2016, indica la relación de san Manuel con los Salesianos, en cuya iglesia sevillana de la Trinidad, hoy basílica de María Auxiliadora, celebró su primera Misa.

Para san Manuel González, la devoción mariana era perfecto complemento de su devoción eucarística. Y cuando llega a Huelva se encuentra con el gran fervor de los onubenses por la Virgen de la Cinta, representada aquí por una pintura sobre tabla, de Padilla, 1937, que reproduce la pintura mural del s. XV (33). Lo conserva su Hermandad en el Monasterio de HH. Oblatas de Huelva. La reproducción en terracota policromada de la Virgen Chiquita (34), obra de Enrique Pérez Saavedra, y propiedad del heredero de Dª. Dolores Ortega Ramos (1967), representa, así, esta otra forma de la representación dual de la iconografía cintera.

El arcipreste también se encuentra en Huelva con la devoción rociera, que quiere representar este óleo sobre lienzo de la salida de la Hermandad del Rocío (35), de F. Domingo, s. XX, de la Real e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Huelva, en el que se puede ver a san Manuel y a don Manuel Siurot, que recibió del primero el encargo de llevar la Hermandad al Rocío en un año en que no tenía quien lo hiciera.

En Málaga, el amor a María se expresa especialmente en la Virgen de la Victoria, su patrona, de la que se muestra esta escultura en pasta de madera policromada, anónimo del s. XX, de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret de Málaga (36). A la Patrona de Málaga la eligió san Manuel como Madrina de su ministerio episcopal desde que recibió el nombramiento de obispo residencial de aquella diócesis malacitana, a la que sirvió de 1916 a 1935 y a la que amó tanto.

La Virgen de la Calle, patrona de Palencia, con esta reproducción de su imagen (37) y la Virgen del Pilar, con esta litografía de la Virgen del Pilar, de la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar, de Huelva, de principios del s. XX (38), hacen presente la última etapa de su vida, en Palencia (1935-1940).

María estuvo en su vida desde su infancia hasta su muerte. La Madre Inmaculada a la que tantas páginas dedicó, para la que danzó de niño como seise, y ante la que exhaló su último suspiro. Como resumen de su devoción mariana, gustaba de llamar a María la Madre Inmaculada, no en vano la Purísima de sus años de seise, le había robado el corazón. Esta escultura en madera policromada de la Inmaculada (39), obra anónima del S. XVIII, del Monasterio de Santa Clara de Moguer, hace alusión a esa devoción concepcionista, tan propia de la archidiócesis hispalense.

El texto escrito en Huelva, para la festividad de la Virgen de la Cinta, en 1909: «Madre que no nos cansemos» recoge muy bien el amor que sentía san Manuel por la Madre del Señor. Ese amor a la Virgen, especialmente sensible a su modelo, le llevó a iniciar en 1921, en Málaga, la Congregación de Hermanas Nazarenas o Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret, de las que san Manuel es Padre y fundador. Óleo sobre lienzo de san Manuel (40), obra de Domingo Franco, dedicado a las Hermanas Nazarenas de Huelva.

IV. El Corazón de Jesús sacramentado y el obispo del Sagrario abandonado
La piedad eucarística del santo arcipreste de Huelva, después obispo de Málaga y Palencia, fue el venero de donde brotó toda su actividad pastoral. La Eucaristía-Sacrificio era vivida como una verdadera participación en el Misterio Pascual de Cristo, y como ofrenda al Padre, alzando el cáliz de la salvación invocando el nombre del Señor. Este cáliz usado por san Manuel, de la primera mitad del siglo XX, propiedad de la Hermanas Nazarenas de Huelva (41), y la palia, corporales y purificadores (42) que utilizó, de la Congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret-Museo de Palencia, quieren ser un trasunto de esta realidad misteriosa que él vivió en su vida sacerdotal, in persona Christi capitis.

No en vano, su vida estuvo marcada de forma muy importante por la formación de los sacerdotes. El Seminario de Málaga fue la concreción de este anhelo de su alma, para formar sacerdotes-hostias. De la etapa de san Manuel en Madrid, como obispo desterrado de su diócesis malacitana, cuenta san Josemaría Escrivá una anécdota recogida en Camino (n. 531). Este anciano prelado, al que se refería el fundador del Opus Dei, no era otro que a san Manuel González. Se muestra un ejemplar de la primera edición de Camino (43). El amor por los sacerdotes y por su formación, de san Manuel, queda también representado por este ejemplar del libro Mi Seminario (44), dedicado por el obispo de Olimpo a los antepasados de la familia Martín-Rodríguez, escrito cuando construía el de Málaga.

Los hábitos sacerdotales y episcopales, y los ornamentos sagrados de san Manuel, de la Congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret-Museo de Palencia, nos recuerdan hasta qué punto se sintió identificado con Cristo Sacerdote, segregado de entre los hombres, al servicio de los hombres: dulleta de su etapa de arcipreste de Huelva (45), sotana episcopal (46), alba, estola y casulla (47), especialmente en su condición de maestro, servidor y liturgo. Su vida cristiana, sacerdotal y episcopal giró en torno a la liturgia de la Iglesia, de la que la Eucaristía es fuente y cumbre. Eso pretende señalar esta epacta o calendario litúrgico (48) usado por él en el año litúrgico de su muerte.

El anillo (49) y la cruz pectoral (50) de su ordenación episcopal, salvados de los restos del incendio de Málaga, y el solideo (51) de su uso, signos de su condición de obispo, de pontífice, refuerzan más su identificación con Jesucristo sacerdote y mártir, buen pastor que se entrega por sus ovejas hasta el sacrificio como el Crucificado de este Crucifijo de san Manuel González (52),  de la Congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret, también salvado de los escombros del palacio episcopal de Málaga en 1931.

Y el copón (53), obra anónima del s. XVII, de la Parroquia Mayor de San Pedro de Huelva, que también utilizó el santo en su etapa de párroco-arcipreste, hace referencia a la Eucaristía-Banquete, hacia la que él encaminó a tantas personas. Un banquete sagrado en el que la comida es Jesucristo mismo, partido y entregado, que se queda en el Sagrario para acompañar a tantos abandonados.

El tabernáculo de Puebla de los Ángeles (54) del monumento eucarístico de San Pedro de Huelva, obra anónima de 1744, fue conocido por el Arcipreste y, más de una vez encerró en el mismo al Santísimo Sacramento el Jueves Santo, sujeto de la adoración de Cristo en la Eucaristía-Presencia, que tan hondamente y tan vivamente sintió y anunció san Manuel; y el ostensorio, obra del orfebre Garzón, 1874 (55), de la Parroquia Mayor de Huelva, que también portó él en algunas ocasiones, pueden ser elocuentes de cuántas obras del santo nacieron de la contemplación latréutica de esa presencia real de Jesucristo.

Pero del Sagrario también nacieron muchos, muchísimos escritos, que traducían a la letra la experiencia de la adoración eucarística. Enorme, desde el punto de vista del número, pero también desde la óptica de la espiritualidad, de la pastoral y de la catequética, fue la obra literaria del obispo del Sagrario abandonado. Ante el Sagrario, ante Jesús Sacramentado, se escribieron tantas letras y se gastó tanta tinta como crecía el amor de san Manuel por el Corazón de Cristo. Muestra de su obra, es la selección de libros (56), algunos dedicados a los antepasados de la familia Martín-Rodríguez, sus Obras Completas y ejemplares de El Granito de Arena (57), que fundó en Huelva en 1907. Entre ellos destaca Lo que puede un cura hoy, ejemplar con dedicatoria manuscrita por el arcipreste de Huelva a san Pío X (58), y un solideo de san Pío X (59), regalado por aquel papa al arcipreste, propiedad ambos de la congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret. Así como ejemplares de Lo que puede un cura hoy, escritos en diferentes idiomas(60), propiedad de Dª. Aurora López, que dan fe de la difusión internacional de su obra.

Toda esta obra bibliográfica había comenzado, tras su primera etapa de colaborador de El Correo de Andalucía, en Huelva, como reflejo de su ministerio pastoral y episcopal en Málaga y Palencia. De su etapa onubense y primeros momentos de su episcopado se exponen algunas fotografías inéditas del obispo auxiliar de Málaga, titular de Olimpo, en su visita a Valverde del Camino en 1916 (61), donde su Obra tuvo mucha fuerza, propiedad de la familia Martín-Rodríguez.

Sus horas, sus minutos, representado por este reloj (62) de su uso, estuvieron consagrados a su misión, aquella que recibió en el Sagrario. Su vida y su muerte, su vivir y su morir, dedicados a decir a todos: «Ahí está, no dejadlo abandonado». San Manuel González, el catequista y propagandista católico, el animador de la doctrina social de la Iglesia en sus escritos y obras, que representa esta escultura en barro cocido obra de Víctor de los Ríos , s. XX (63), –procedente de una colección particular de San Juan del Puerto–. Escritos y obras que nacen de la Eucaristía como su fuente y llevan a la Eucaristía como su culmen. Ese su deseo y vocación de dar a conocer la riqueza que para la Iglesia tiene la Eucaristía, lo quiere representar el boceto de la imagen de san Manuel, 2016, de la Parroquia de San Pedro de Huelva (64), –que señala al Sagrario de dicha parroquia, desde la hornacina donde se la ha colocado–, o el busto de san Manuel (65), o el busto-relicario de san Manuel (66), del Monasterio de Santa Clara, obras de Martín Lagares, 2017.

Unas y otras representaciones del obispo de Málaga y Palencia, para el culto al nuevo santo, tienen el fin de indicarnos, como el de todos los bienaventurados, la primacía del amor del Señor. Y, en este caso, el antiguo santo arcipreste de Huelva, incluso desde estas imágenes finales de la exposición nos está diciendo, como en su vida, con sus palabras y con sus escritos, y, como en su muerte, –hasta con sus mismos huesos–, exultando ante la presencia real de Cristo en la Eucaristía: en el Sagrario está Jesús, «¡no dejadlo abandonado!».

Juan Bautista Quintero Cartes y Juan Manuel Moreno Orta, comisarios de la exposición
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