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La liturgia, encuentro con Cristo (mayo 2018)

21 May 2018

Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de mayo de 2018.

Celebrar a María, madre de la Iglesia

A petición del papa Francisco, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha promulgado un Decreto por el que se instituye la memoria de la Bienaventurada Virgen María, madre de la Iglesia el lunes siguiente a Pentecostés en el Calendario Romano General. En dicho Decreto se subraya que «esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos».

Con fecha 11 de febrero, memoria de la bienaventurada Virgen María de Lourdes, el cardenal Robert Sarahm prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos firmó el siguiente Decreto:

«La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cf. Gal 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia.

Esto estaba ya de alguna manera presente en el sentir eclesial a partir de las palabras premonitorias de san Agustín y de san León Magno. El primero dice que María es madre de los miembros de Cristo, porque ha cooperado con su caridad a la regeneración de los fieles en la Iglesia; el otro, al decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo, indica que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia. Estas consideraciones derivan de la maternidad divina de María y de su íntima unión con la obra del Redentor, culminada en la hora de la cruz.

En efecto, la Madre, que estaba junto a la cruz (cf. Jn 19, 25), aceptó el testamento de amor de su Hijo y acogió a todos los hombres, personificados en el discípulo amado, como hijos para regenerar a la vida divina, convirtiéndose en amorosa nodriza de la Iglesia que Cristo ha engendrado en la cruz, entregando el Espíritu. A su vez, en el discípulo amado, Cristo elige a todos los discípulos como herederos de su amor hacia la madre, confiándosela para que la recibieran con afecto filial.

María, solícita guía de la Iglesia naciente, inició la propia misión materna ya en el Cenáculo, orando con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Con este sentimiento, la piedad cristiana ha honrado a María, en el curso de los siglos, con los títulos, de alguna manera equivalentes, de madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo y también «madre de la Iglesia», como aparece en textos de algunos autores espirituales e incluso en el magisterio de Benedicto XIV y León XIII.

De todo esto resulta claro en qué se fundamentó el beato Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, como conclusión de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, para declarar a la bienaventurada Virgen María «madre de la Iglesia, es decir, madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman madre amorosa», y estableció que «de ahora en adelante la madre de Dios sea honrada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título».

Por lo tanto, la Sede Apostólica, especialmente después de haber propuesto una Misa votiva en honor de la bienaventurada María, Madre de la Iglesia, con ocasión del Año Santo de la Redención (1975), incluida posteriormente en el Misal Romano, concedió también la facultad de añadir la invocación de este título en las Letanías Lauretanas (1980) y publicó otros formularios en el compendio de las Misas de la bienaventurada Virgen María (1986); y concedió añadir esta celebración en el calendario particular de algunas naciones, diócesis y familias religiosas que lo solicitaban.

El sumo pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la bienaventurada Virgen María, madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año.

Esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la virgen oferente, madre del Redentor y de los redimidos».

Comentario al Decreto
El motivo de la celebración está descrito brevemente en el Decreto, que recuerda la madurada veneración litúrgica a María tras una mejor comprensión de su presencia «en el misterio de Cristo y de la Iglesia».

El agua y la sangre que brotaron del corazón de Cristo en la cruz, signo de la totalidad de su ofrenda redentora, continúan sacramentalmente dando vida a la Iglesia mediante el Bautismo y la Eucaristía. María santísima tiene que realizar su misión materna en esta admirable comunión, que se ha de potenciar siempre entre el Redentor y los redimidos. Lo recuerda el texto evangélico de  Juan (19, 25-34) señalado en la Misa de la nueva memoria, ya indicado en la Misa votiva «de sancta Maria Ecclesiae Matre», aprobaba por la Congregación para el Culto Divino en 1973.

La conmemoración litúrgica de la maternidad eclesial de María existía ya en las Misas votivas de la editio altera del Missale Romanum de 1975. Después, en el pontificado de san Juan Pablo II existía la posibilidad, concedida a las Conferencias Episcopales, de añadir el título de «madre de la Iglesia» a las Letanías lauretanas (cf. Notitiae 1980, p. 159); y, con ocasión del Año Mariano, la Congregación para el Culto Divino publicó otros formularios de Misas votivas con el título de María madre e imagen de la Iglesia en la Collectio missarum de Beata Maria Virgine. Se había aprobado también, a lo largo de los años, la inserción de la celebración de la «madre de la Iglesia» en el Calendario propio de algunos países, como Polonia y Argentina, el lunes después de Pentecostés; y había sido inscrita en otras fechas tanto en lugares peculiares, como la Basílica de san Pedro –donde se hizo la proclamación del título por parte de Pablo VI–, como también en los Propios de algunas Órdenes y Congregaciones religiosas.

El papa Francisco, considerando la importancia del misterio de la maternidad espiritual de María, que desde la espera del Espíritu en Pentecostés (cf. Hch 1,14) no ha dejado jamás de cuidar maternalmente de la Iglesia, peregrina en el tiempo, ha establecido que, el lunes después de Pentecostés, la memoria de María, madre de la Iglesia, sea obligatoria para toda la Iglesia de Rito Romano. Es evidente el nexo entre la vitalidad de la Iglesia de Pentecostés y la solicitud materna de María hacia ella. En los textos de la Misa y del Oficio, el texto de Hechos 1,12-14 ilumina la celebración litúrgica, como también Génesis 3,9-15.20, leído a la luz de la tipología de la nueva Eva, constituida madre de todos los vivientes junto a la cruz del Hijo, Redentor del mundo.

Esperamos que esta celebración, extendida a toda la Iglesia, recuerde a todos los discípulos de Cristo que, si queremos crecer y llenarnos del amor de Dios, es necesario fundamentar nuestra vida en tres realidades: la Cruz, la Hostia y la Virgen –Crux, Hostia et Virgo–. Estos son los tres misterios que Dios ha dado al mundo para ordenar, fecundar, santificar nuestra vida interior y para conducirnos hacia Jesucristo. Son tres misterios para contemplar en silencio.

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