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Editorial (abril 2024)

16 abril 2024

Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de abril 2024.

Cristianos resucitados, ¿misión imposible?

Con gran alegría hemos celebrado la resurrección del Señor. La austeridad del tiempo cuaresmal cambió en la vigilia pascual por un derroche de luz, color, alegría: flores, luces, candelas, ornamentos blancos o dorados, etc. ¡Qué gran maestra es la Iglesia, que a través de la Liturgia, nos guía y orienta con amor en cada momento del año y de toda nuestra vida.


Sin embargo, contrastan sobremanera las rebosantes iglesias del Domingo de Ramos con los bancos vacíos de la vigilia pascual. En la conciencia social cristiana parecen no haber calado estas enseñanzas que Dios (¡a través de la Iglesia!) nos ha hecho llegar. ¿Cómo es posible que quienes escuchan la Pasión en la Misa del Domingo de Ramos no esperen con ansiedad y gozo mal contenido el anuncio de la resurrección de aquel a quien aclamaron con sus ramos? ¡Si nosotros ya sabemos el final de esta historia! ¡Si nosotros, cristianos, somos los únicos que podemos vivir con paz la cruz, porque sabemos que es semilla de resurrección! Solo la fe da sentido a nuestra vida.
El anuncio de la resurrección, desde la primera vez que fue realizado (a las mujeres que fueron al sepulcro y los mismos apóstoles, ellos que habían convivido con Jesús por unos tres años) encontró serias dificultades para ser creído. Y dos milenios de historia, de celebraciones y de vida de la Iglesia no han mejorado esta comprensión del mayor misterio/milagro de nuestra vida.
Ya san Manuel González, hace más de un siglo, en su libro Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, invitaba a la reflexión mirando a las mujeres que fueron al sepulcro la mañana de la resurrección. Es el mismo Evangelio quien advierte que, tras anunciarles el ángel que Jesús había resucitado, ellas se fueron a anunciarlo a los discípulos «llenas de miedo y alegría» (Mt 28,8). Y se pregunta nuestro santo: «¿No os parece contradictorio el relato? Si gozo, ¿por qué temor? Si temor, ¿por qué gozo?» (OO.CC I, n. 469). A continuación nos da la respuesta: «Porque les faltaba fe. Sí, a pesar del valor, la abnegación, la fidelidad y hasta el amor fino y obsequioso con que habían seguido al Maestro vivo y muerto, les faltaba fe. Por una paradoja, que a veces se da en el corazón humano, las Marías iban al sepulcro con más amor que fe, y más diría, con mucho amor y ninguna fe» (OO.CC. I, n. 470).
Los apóstoles eran conscientes de esta falta de fe. ¡Cuántas veces habrán pedido al Maestro «Señor, auméntanos la fe»! (Lc 17,5). ¿Lo somos nosotros? ¿Pedimos con insistencia al Señor que nos aumente la fe? ¡En esta petición se juega nuestra felicidad, nuestra paz interior y también la felicidad, la paz y el sentido de la existencia de quienes nos rodean! No vive igual quien tiene fe, es decir, ¡quien tiene la certeza!, de que Cristo ha resucitado que quien no conoce a Jesús o no conoce al verdadero Jesús, el que vivió hace 2.000 años en Galilea, murió, resucitó y ¡mora eucarísticamente entre nosotros!
Los miembros de la Familia Eucarística Reparadora hemos sido agraciados por este gran don de la fe, fe en Dios, fe en Jesucristo, fe en la resurrección, fe eucarística… ¿Nuestras vidas desprenden esa paz fruto de la fe que hemos recibido, de la fe que profesamos? ¿Son nuestras vidas un ejemplo de existencias resucitadas? No se nos pide ser superhéroes. Solo se trata de vivir con coherencia. En la pila bautismal hemos muerto y resucitado con Cristo, en cada Misa celebramos esa muerte y esa vida y, ¡más aún!, entramos en comunión perfecta con el Viviente…
El mundo suplica con grito silencioso que seamos testigos creíbles de la fe que anida en nuestro corazón. Puede sonar a paradoja pero incluso las ofensas a los cristianos tienen en su raíz una petición velada: ¿dónde encontrar en este mundo descreído, tan temeroso de la muerte, una luz que dé sentido al dolor, a la enfermedad, a la mismísima soledad?
¡Cuántos testimonios luminosos tenemos en las existencias de muchas Marías y Discípulos de San Juan de todos los tiempos! Y qué importante es descubrir que Dios sigue contando con nosotros. El anhelo eucaristizador no es un ideal humano que debamos enarbolar a toda costa, es una semilla que Dios ha querido sembrar en nuestro corazón. Tenemos capacidad para hacerla brotar, crecer y dar fruto. ¡Que la vida del Resucitado se transmita en nuestra vida!

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