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Desde nuestra ventana (abril 2024)

19 abril 2024

Artículo publicado en la revista El Granito de Arena de abril de 2024.

Verdaderamente este es el Hijo de Dios

«Verdaderamente este era Hijo de Dios», tales son las palabras que el evangelista Mateo (27,54) pone en boca del centurión romano asistente a la crucifixión y muerte de Jesús . Y si todas las palabras pronunciadas en este Viernes santo, relatadas por los distintos evangelistas, tienen su importancia, y seguramente la tienen más que las presentes, este reconocimiento de Dios hecho hombre por parte de un pagano muestra la relevancia de relatar el encuentro con la verdad de Cristo. Esto es lo que llamamos conversión.
No hace mucho, cuando se iniciaba la Cuaresma, el sacerdote celebrante imponía sobre nuestras frentes la ceniza bajo la expresión «conviértete y cree en el Evangelio». La conversión es la constatación del encuentro personal con Cristo, transformador de la vida de tal naturaleza que exige un nacimiento nuevo. Tal es el fundamento del Cristianismo.

Las señales
Las señales aparecen sin ser pedidas y están siempre a lo largo del camino. El centurión las entendió a partir de la naturaleza extraña («al ver el terremoto y las cosas que ocurrían»). Es cuestión de estar atentos, escuchar las voces, escudriñar con la mirada. Dios ha puesto en nosotros facultades para interpretar los signos indicadores de su presencia entre nosotros: La razón, el sentimiento, la voluntad capaces del encuentro con el Señor de la Vida, el Jesús Resucitado que acabamos de conmemorar.

Sabemos que hay mucha maraña que impide ver el árbol, que hay demasiadas lágrimas que nos impiden ver las estrellas, que hay muchos ruidos exteriores que nos impiden escuchar la verdadera voz del interior. Es cuestión de desbrozar, de ver, de intimidar. Dios nunca abandona, aunque nos sintamos abandonados. Es más, llora con nosotros, se duele con nosotros como hizo –como hace siempre– camino de Betania. Nos acompaña siempre como sombra incluso en los días sin sol y en las noches oscuras. Respira con nosotros. Se nos ha hecho visible en su Hijo Jesús para que a través de Él podamos llamarlo Padre nuestro.

El desprecio de la soberbia
En las cosas más insignificantes, más elementales y sencillas, anda el Señor; también entre los pucheros anda el Señor, como decía santa Teresa. No tenemos por qué buscarlo en las grandes obras, en los grandes acontecimientos, en las revelaciones sublimes. Está en el mendigo de la calle, en el llanto de un niño, en la mano amiga que aprieta, en la mirada cariñosa, en el saludo, en nuestro trabajo diario…, también en nuestras preocupaciones, en el sufrimiento, en la enfermedad, en la muerte. Vivir con Dios siempre presente es el mejor seguro de vida.

Es imposible imaginar un mundo sin Dios. Sin embargo, a veces el ser humano se hincha de soberbia y pierde el sentido, intentando suplantar a Dios o traducirlo en las cosas que no lo son. «Entonces hubo una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. El dragón y sus ángeles combatieron, pero no pudieron vencer, y no hubo lugar para ellos en el cielo. Y fue precipitado a la tierra el gran dragón, la serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, la seducción del mundo entero, y sus ángeles fueron precipitados con él» (Ap 12, 7-9). La soberbia, sin duda el peor enemigo de la Humanidad. El imperio del Demonio sobre la voluntad de Dios solo puede conducir al desastre y la destrucción.

La peor consecuencia de la soberbia es que trata de aniquilar la verdad, suplantándola con la mentira, a la que propone como verdad. La conocida expresión de Nietzsche «Dios ha muerto, viva el superhombre» no podrá nunca hacerse efectiva, a pesar de que en la decadente Europa matar a un inocente sea considerado como un derecho constitucional. Es imposible que triunfe la cultura de la muerte sobre el Dios de la vida, porque Dios es un universal que habita en la conciencia humana. Dios, al que nosotros tenemos la dicha de reconocerlo en la persona de su Hijo, Jesús de Nazaret.

La compañía de la esperanza
Hay preguntas que no tienen respuesta por parte de la razón limitada del ser humano, aunque esta la entrevea o le apetezca resolverla de un modo positivo. La razón no es enemiga de la fe, si bien es a través de la fe como podemos encontrar el resultado de la incógnita. Y si acaso la fe flaqueara, porque hay demasiada niebla a lo largo de nuestro camino, pidámosle al Jesús Resucitado que nos acompañe en la esperanza de encontrarnos siempre con Él, también en la otra orilla del mar. Dios es nuestra pregunta y nuestra respuesta.

Te pregunto
Te pregunto, mi Dios,
por el camino
que a dónde va
con mi sentir cansado,
que por qué no te sientas a mi lado
a compartir los dos el pan y el vino.
Te pregunto, mi Dios,
por el destino
que llevo a mis espaldas caducado,
que por qué por el bien
no me has cambiado
la fiera soledad y el mal dañino.
Tantas preguntas, Dios,
te voy haciendo
que tengo ya la voz seca y vacía
y la garganta ronca
y descompuesta.
Te sigo preguntando
y aún no entiendo
por qué tanta insistencia si sabía
que Tú eres la pregunta
y la respuesta.

Teresa y Lucrecio, matrimonio UNER
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